miércoles, 11 de mayo de 2016

Francisco: La lógica de la misericordia no entiende de premios o castigos


Francisco: La lógica de la misericordia no entiende de premios o castigos 
Miercoles 11 May 2016 | 06:41 am
Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco dedicó su catequesis durante la audiencia general de hoy a la parábola del padre misericordioso, y aseguró que ese pasaje evangélico “muestra la lógica de la misericordia de Dios que no entiende de premios o castigos, sino de recibir a todo el que necesita de misericordia y perdón, y de que todos vuelvan a ser hermanos”. En el saludo en portugués, el pontífice habló de la situación en Brasil y pidió que ¨en estos momentos de dificultad¨ ese país pueda caminar ¨por los senderos de la armonía y de la paz¨, con la ayuda del diálogo, la oración y con la protección de la Virgen de Aparecida. 
 El papa Francisco dedicó su catequesis durante la audiencia general a la parábola del padre misericordioso, y aseguró que ese pasaje evangélico “muestra la lógica de la misericordia de Dios”.
 “Esta parábola marca su modo de actuar con los hombres, abre nuestros corazones a la esperanza y nos devuelve la dignidad de hijos de Dios”, sostuvo ante la multitud presente en la Plaza San Pedro.
 “La lógica de la misericordia usada por el padre es muy distinta a la lógica usada por los dos hijos de la parábola, pues el hijo menor, sumido en la tristeza, pensaba merecer un castigo por los pecados cometidos, mientras que el hijo mayor, presumiendo de estar siempre con el padre, esperaba una recompensa por los servicios prestados”, explicó.
 El pontífice recordó que tanto el uno como el otro necesitaban experimentar la misericordia, por eso “el padre invita a ambos a hacer fiesta”, pues la lógica de la misericordia “no entiende de premios o castigos, sino de acoger a todo el que necesita de misericordia y perdón, y de que todos vuelvan a ser hermanos”.
 “Precisamente en ver a los hijos juntos y reconociéndose como hermanos consiste la alegría del padre”, concluyó.
 Francisco saludó luego a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica, a quienes exhortó a recibir con gozo la invitación de Jesús a participar en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad, y abrir el corazón para ser misericordiosos como el Padre.
 En el saludo en portugués, el Papa recordó especialmente a Brasil y pidió, para el país latinoamericano "en estos momentos de dificultad" que "camine por los senderos de la armonía y de la paz", con la ayuda del diálogo, de la oración y con la protección de la Virgen de Aparecida.
 Durante el saludo en polaco, el Papa hizo referencia a la Virgen de Fátima, "de la que era tan devoto Juan Pablo II", y pidió, por su mediación, la paz para el mundo.
 Texto completo de la catequesis del papa Francisco 
 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 Hoy esta audiencia se desarrolla en dos lugares: porque había el peligro de la lluvia, los enfermos están en el Aula Pablo VI y nos siguen a través de las pantallas; dos lugares pero una sola audiencia. Saludamos a los enfermos que están en el Aula Pablo VI. Queremos reflexionar sobre la parábola del Padre misericordioso. Ella habla de un padre y de sus dos hijos, y nos hace conocer la misericordia infinita de Dios.
 Iniciemos del final, es decir, de la alegría del corazón del Padre, que dice: «Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado» (vv. 23-24). Con estas palabras el padre interrumpió al hijo menor en el momento en el cual estaba confesando su culpa: «Ya no merezco ser llamado hijo tuyo…» (v. 19). Pero esta expresión es insoportable para el corazón del padre, que en cambio se apresura en restituir al hijo los signos de su dignidad: la mejor ropa, el anillo, las sandalias. Jesús no describe a un padre ofendido y resentido, un padre que, por ejemplo, dice al hijo: “me las pagarás, ¡eh!”; no, el padre lo abraza, lo espera con amor. Al contrario, la única cosa que el padre tiene en su corazón es que este hijo esté ante él sano y salvo y esto lo hace feliz y hace fiesta. La acogida del hijo que regresa es descrito de modo conmovedor: «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (v. 20). Cuánta ternura; lo ve desde lejos: ¿Qué cosa significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo regresaba… Lo esperaba, aquel hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. Qué cosa bella la ternura del padre. La misericordia del padre es rebosante, incondicionada, y se manifiesta mucho antes que el hijo hable. Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: «Padre, pequé… trátame como a uno de tus jornaleros» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven ante el perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen entender que ha sido siempre considerado hijo, no obstante todo. ¡Pero es hijo! Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por ello nadie puede quitárnosla, nadie puede quitárnosla, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad.
 Esta palabra de Jesús nos anima a no desesperarnos jamás. Pienso en las mamás y en los padres preocupados cuando ven a sus hijos alejarse tomando caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo ha sido en vano. Pero pienso también en quien se encuentra en la cárcel, y le parece que su vida se ha terminado; a cuantos han realizado elecciones equivocadas y no logran mirar al futuro; a todos aquellos que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen no merecerlo… En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré jamás de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso. Incluso en las situaciones más feas de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera.
 En la parábola existe otro hijo, el mayor; también él tiene necesidad de descubrir la misericordia del padre. Él siempre ha estado en casa, ¡pero es tan diferente del padre! Sus palabras no tienen ternura: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes… ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto… !» (vv. 29-30), el desprecio. No dice jamás “padre”, no dice jamás “hermano”, piensa solamente en sí mismo, se jacta de haber permanecido siempre junto al padre y de haberlo servido; a pesar de ello, jamás ha vivido con alegría esta cercanía. Y ahora acusa al padre de no haberle dado jamás un cabrito para hacer fiesta. ¡Pobre Padre! ¡Un hijo se había ido, y el otro jamás le había estado cerca! El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Dios, el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos o porque vamos lejos o porque estamos cerca pero sin ser cercanos.
 El hijo mayor, también él tiene necesidad de misericordia. Los justos, estos que se creen justos, tienen también necesidad de misericordia. Este hijo representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena trabajar tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la dignidad de hijos co-responsables. No se trata de “baratear” con Dios, sino de estar en el seguimiento de Jesús que se ha donado a sí mismo en la cruz – y esto – sin medidas.
 «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría» (v. 31). Así dice el Padre al hijo mayor. ¡Su lógica es la de la misericordia! El hijo menor pensaba merecer un castigo a causa de sus propios pecados, el hijo mayor esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no hablan entre ellos, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica extraña a Jesús: si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás castigado; y esta no es la lógica de Jesús, no lo es. Esta lógica es invertida por las palabras del padre: «Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 31). ¡El padre ha recuperado al hijo perdido, y ahora puede también restituirlo a su hermano! Sin el menor, también el hijo mayor deja de ser un “hermano”.
La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconozcan hermanos. Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarla. Deben interrogarse sobre sus propios deseos y sobre la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué cosa ha decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas, ¡abramos nuestro corazón, para ser “misericordiosos como el Padre”! Gracias. (Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano).+

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